Siempre miro el suelo es una de
esas malas costumbres que siempre llevo conmigo. Cuando camino por la montaña,
cuando camino por la arena de la playa, cuando camino sobre el hielo. Blanco y
frío hielo. Me acurruco para paliar el
frío de este febrero espantoso en una bonita ciudad como Venecia, llevo viviendo
aquí desde hace tres meses siendo una más de los muchos estudiantes extranjeros
que eligen alguna de las bonitas y famosas ciudades italianas para continuar
sus estudios. Yo elegí Venecia y jamás pensé que pasaría un invierno como éste.
Mi bufanda se enrolla en mi cuello con un par de vueltas cubriendo en gran
medida la mitad de mi rostro. Mis pasos son acelerados aunque aún tengo todo el
tiempo de mundo para acudir al puente de Rialto donde mi amiga Andrea me
espera. Solo cuando levanto mi vista del suelo me doy cuenta de lo próxima que
estoy a la plaza de San Marco, de lo hermoso que está el agua y el muelle bajo
el manto blanco. Alzo mi pie del suelo para poder avanzar pero algo falla. Soy consciente,
en los pocos segundos que tardo en sentir el frío en mi espalda, de que me
estoy cayendo lentamente al suelo. Lo último que veo es el cielo encapotado. Amenazando
con una lluvia inminente.
Voy abriendo los ojos muy
lentamente, todo me da vueltas. La gente me rodea en una especie de círculo
improvisado y mal hecho sin dejar de mirarme, tirada en el suelo. Siento como
mis mejillas comienzan a cambiar de color. Odio ser el centro de atención.
- –¿Estás bien? –no identifico con claridad la
persona que se dirige a mí pero sé que se trata de una voz masculina.
- –Me duele el culo –intento ponerme de pie, pero
freno en seco. ¿Acabo de decir me duele el culo? Maldita sea.
Oigo una risa apagada. Después
siento unas manos agarrando mis brazos que me ayudan a levantarme del suelo con
calma. Cuando comienzo a ser un poco consciente de la realidad solamente
encuentro frente a mí a un tipo increíblemente alto, increíblemente atractivo e
increíblemente rubio. Sonríe con expresión de preocupación en su rostro.
- –¿Te encuentras bien? –me habla en italiano.
- –Ajá –muevo la cabeza como una tonta.
Vuelve a sonreírme. Trago saliva.
Respiro hondo. Controlo el dolor de mi trasero, de mi espalda, de mi cabeza fingiendo
que no me gustaría echarme a llorar ahora mismo. Qué vergüenza. La gente se
disipa poco a poco, todos menos el guapo rubio que sigue frente a mí. Ojalá me
tragara la tierra.
Y si decido leerte...